Un milagro Gordo en el Abanca Ademar León
Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero lo cierto es que la primera vez de Dani Gordo en el Ademar León se podría catalogar de thriller psicológico en un papel que quizá ni club, ni entrenador estaban listos para interpretar. Una mala tarde en una mala posada de la que ambos protagonistas tuvieron que aprender a salir con vida. Y -spoiler avisado- lo hicieron.
Lo que pocos vieron venir fue el ‘reboot’ que Cayetano Franco quiso poner en marcha hace ahora un par de temporadas dentro de otro contexto de crisis quizá no tan alarmante como el anterior, no al menos en lo económico, aunque sí a nivel institucional y deportivo. El presidente insistió personalmente en que el entonces exentrenador del Brest era el hombre idóneo para reconducir a un primer equipo al que su particular torre de Babel terminó por confundirle. Menudo giro de guion. Y el de Valladolid, que lo del ADN ademarista se lo tenía bien empollado, dijo sí a regresar a la que siempre había considerado su casa.
«En el Ademar no existen años de transición», fue su eslogan de cabecera el día que se vio cara a cara con los medios antes de tragarse el sapo de alguna salida no prevista, a priori, como la de David Fernández. Nada nuevo en un club incapaz de retener a su talento cuando aparecen los ‘poderosos’. El problema, al menos para muchos de sus escépticos y detractores, es que el tiempo no curó del todo bien las cicatrices del pasado y, si su anterior ‘mesías’ no pudo resucitar al muerto, aún menos lo haría el discípulo.
Fuera de Europa, sin los nombres de antaño -y lejos de ser aquel gallito que se llevaba los sumcampeonatos de calle- el Ademar 2.0 de Gordo heredó una masa social resignada, nada ajena a la cruda realidad, a la que la pandemia terminó por anestesiar. ¿Podía ponerse más feo el relato? Podía sí, esto es León. Las obras en el Palacio de Deportes precipitaron un exilio que obligó a la entidad a vagar por el desierto sin rumbo fijo primero y, luego, a penar en unas instalaciones a medio camino entre el nuevo Bernabéu y la casa de los horrores.
El Ademar se convirtió en el rey del empate y al de Valladolid se le fueron agotando las excusas. Sin embargo, el trabajo silencioso entre bambalinas del técnico y los suyos comenzó a dar frutos. Una buena parte de esa afición que se ató los machos para viajar cada dos semanas a Astorga, la misma que se enfundó guantes y bufandas en pleno abril de 2024 dentro del Palacio de hielo, empezaba a atisbar que el milagro podía materialzarse ante sus ojos. Los tiempos de gloria quedaban ya lejos sí, pero la dignidad de un club referente dentro y fuera de España asomó de pronto por la esquina. «El Palacio es el Palacio», comentó el de Pucela en otra frase tópica, pero cargada de verdad cuando se emperraron en regresar a toda costa. El equipo se desmelenó -al menos como local- y algunos se subieron al barco otra vez.
Y entonces la directiva se sacó el as de la manga de la invitación europea para una 2024-25 que gestaría al ‘baby Ademar’, una tercera parte todavía más difícil de dirigir. Una plantilla insultantemente joven, con la cantera obligada a dar el enésimo paso al frente antes de tiempo y la espada de Damocles apuntando de nuevo al banquillo. Y sí, hubo problemas, desengaños, bajones anímicos, bonos extras, espantadas del pabellón, broncas dentro del vestuario, errores, derrotas y críticas justas e injustas como no podía ser de otra manera. Pero resulta que el muerto gateaba de nuevo. La tumba que excavaron algunos agoreros apareció vacía este pasado domingo.
Y ahora ese mismo Cayetano Franco que se la jugó a una sola carta en 2023 contra viento y marea para repescar a Dani Gordo, tendrá que atarse los machos de nuevo y hacer fichajes que mejoren la plantilla para no tirar por tierra una franquicia que, cosas del destino, vuelve a enganchar seguidores. ¿Con qué me quedo yo? Con el abrazo de una madre sufriendo en silencio por su hijo.







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