EL ARTE DE DEJAR IR |
Por Raquel Ortiz Bolfán , 11 junio, 2025
Cuando algo nuevo debe llegar, es necesario dejar atrás lo viejo. Hay que vaciar para poder llenarnos de lo nuevo, y eso implica aprender a soltar.
Solo así es posible avanzar. Es importante dejar ir lo que ya no encaja en nuestra vida, aunque haya sido bonito, porque a veces es en la incertidumbre donde encontramos la luz.
Cuando alguien ya no está bien, suele ser una señal de que algo en esa persona dejó de funcionar. En el instante que aparecen dudas o buscamos salidas, es momento de aprender a soltar. Eso es lo que llamamos el ARTE DE DEJAR IR. Debemos entender que, si queremos avanzar porque la situación nos bloquea y sabemos que algo no funciona, no siempre quiere decir que debamos correr o seguir adelante sin descanso. A veces, lo correcto es detenerse, respirar y soltar. No es una muestra de debilidad, sino un acto de conciencia. Implica mirar de frente aquello que ya no nos aporta las vibraciones positivas que solíamos tener, esas cosas que nos emocionaban o nos definían.
Es necesario tener el valor de soltar, aunque duela, aunque deje marcas en nuestro corazón y aunque no sepamos qué nos deparará el futuro. Muchas veces nos aferramos a las personas, a las historias, y a nuestras versiones pasadas, creyendo que dejar ir equivale a perder una batalla. Pero la realidad no es así. Soltar es dar espacio para lo nuevo, confiar en que la vida se encargará de ordenar las cosas cuando dejemos de resistirnos. La vida sabe cómo reorganizarse cuando aceptamos el cambio.
¿Alguna vez te has detenido a pensar cómo nos enseñaron a reaccionar ante las cosas? Nos enseñaron a no rendirnos, a luchar, a sostener lo que tenemos, y a resignarnos, pero nunca nos enseñaron a dejar ir con determinación, con optimismo y con amor. Nos impusieron despedirnos con rencores y cerrar ciclos sintiendo que habíamos fracasado. En cambio, aprendimos a apegarnos, y ese apego no siempre es amor; muchas veces es MIEDO al vacío, a la incertidumbre, a PERDER lo que con tanto esfuerzo construimos, a nuestra zona de confort. Todo lo que llega a nuestras vidas no necesariamente tiene que quedarse. Algunas cosas vienen solo para enseñarnos algo. Cuando aprendemos esa lección, nuestro ser lo sabe y llega el momento de SOLTAR.
El silencio que deja lo que se va a veces no hace ruido, pero normalmente pesa. Puede ser un pensamiento que duele, un recuerdo, amigos que ya no aportan, un amor que dejó de vibrar. Aunque ese silencio pueda parecer pesado, nos confronta con lo
que fuimos, con lo que dimos, con lo que construimos y con lo que esperábamos. Pero también nos revela que no todo lo que se rompe es una pérdida; a veces, es una liberación. Soltar es un acto personal, interno, y aunque duela, en nuestro interior algo se reorganiza, se aligera y comienza a sanar. El espacio que se crea al soltar puede dar miedo. Es normal sentirnos vacíos o incómodos, porque no hay garantías en la vida, y eso está bien. La vida no nos promete certezas, pero sí nos ofrece una versión más auténtica de nosotros mismos, una mayor libertad. Confiar en que no necesitamos tenerlo todo resuelto para seguir adelante es un acto de valentía. Todo lleva su tiempo, hay que avanzar paso a paso, y lo más valiente que podemos hacer es dejar de resistirnos.
Desde pequeños nos enseñaron que para avanzar hay que movernos, conquistar, obtener logros. Pero a veces lo más sabio es detenernos un momento, interiorizar, y reconocer que ya no somos los mismos. La evolución nos cambia; lo que antes nos sostenía ahora nos limita, y lo que nos daba sentido en el pasado, hoy nos puede pesar.
Recuerda!!! Una despedida también es un comienzo. No es el final, sino un espacio para lo que fue y para lo que vendrá. Es el momento en que dejamos de mirar con nostalgia y empezamos a hacerlo con esperanza. Es reencontrarnos con lo que merecemos y con todo lo que está por venir. Y en esa apertura, comenzamos a avanzar.