Tomar un vino en compañía es más importante para la salud cognitiva que hacer sudokus

Tomar un vino en compañía es más importante para la salud cognitiva que hacer sudokus



El neuropsicólogo Javier Yanguas, director científico del Programa de Personas Mayores de la Fundación ”la Caixa” y uno de los mayores expertos en España sobre gerontología, sería el primero a quien pediríamos consejo cuando nuestros seres queridos empiezan a sufrir deterioro por la edad. Pero cuando su propia madre inició síntomas de demencia, el experto se encontró tan desamparado como cualquier otro. Ahora plasma su vivencia y sus reflexiones en una obra ficcionalizada, Cuando los volcanes envejecen [Plataforma Editorial].

La idea del libro surge de una doble vertiente, explica a EL ESPAÑOL. «Por un lado, la experiencia personal, el cuidado de mi madre entre mi hermana y yo durante nueve años. Y por el otro, la experiencia profesional tratando tanto con personas que sufren demencia como con sus cuidadores. Incluso cuando se supone que tienes conocimientos, te das cuenta de que es mucho más fácil dar consejos que enfrentarte a todo ese mundo de incertidumbre y claroscuros».

La obra describe el drama humano tras todos los procesos neurodegenerativos: ver a un ser querido transformarse, sin quererlo, en alguien completamente diferente.

Sí. Se pasan dos duelos: el último es el de la pérdida, pero primero viene el de ver que la persona que tú querías se transforma en otra. Habla igual, se mueve igual y come igual, pero es diferente. De alguna forma tienes que volver a amarla. Una de las ‘faenas’ de la demencia es la acumulación de pérdidas, el sufrimiento añadido: la sensación de culpa, los pensamientos ambivalentes… Quieres a tu madre, y al mismo tiempo no puedes evitar pensar que quizás sería mejor que muriera ya.

¿El desamparo de los cuidadores es otro de los puntos clave? ¿La dureza física, emocional y psicológica que sufren, con muy escaso reconocimiento social?

Hemos silenciado e invisibilizado el tema de los cuidados durante mucho tiempo. Se hablaba incluso de los «cuidados naturales» frente a los profesionales, que implicaban que las mujeres de la familia postergaran o anularan sus proyectos vitales por cuidar a los demás. Humildemente, he querido darle voz a esas cuidadoras que han sostenido la vida sin reconocimiento social.

¿Otro aspecto importante pero olvidado es el de la dignidad de la persona dependiente? ¿Dejar de tratarlo como ‘infirme’, y permitirle en lo posible la autonomía?

Claro. La dignidad es poder mirar a esa persona a los ojos, y lo que tenemos es un sistema que muchas veces cercena las posibilidades de las personas con demencia en aras de la seguridad. Creo que así estamos potenciando la demencia. La misión del cuidador tiene que ver con ensanchar los años de vida que quedan por delante. Soy muy crítico con ir poniendo límites, ‘que no salga a la calle, que se puede caer…». ¡La demencia ya limita bastante como para que pongamos más piedras en el camino!

Me gustaría plantearle el debate de las ‘aldeas de la demencia’. ¿Es ético hacer creer al paciente que vive con autonomía cuando en realidad está en un entorno asistido?

Yo estoy en contra de los engaños benévolos. La mayoría queremos envejecer en nuestro entorno, cerca de nuestros familiares, y creo las personas con demencia tienen que poder permanecer ahí. Debemos ser sociedades más cuidadoras, recuperar el alma comunitaria. Nos hemos vuelto individualistas. Hemos demonizado la dependencia, la consideramos una desgracia. Pero la autonomía no implica solo autosuficiencia, necesitamos una mirada más interdependiente.

¿El aislamiento en el que queda la persona que inicia demencia es también un factor que agrava el proceso neurodegenerativo?

Si, pero no creo que esto ocurra por maldad, sino porque nos faltan habilidades. Lo describo en el libro: cruzarte con alguien que conoces, pero como tiene demencia, no saludas. Y se debe a menudo a que no sabemos qué decir ni cómo actuar. Yo reivindico la necesidad de una sociedad más compasiva, algo que tiene mala fama porque suena a cosa de iglesia [ríe]. Pero se trata de intentar reconocer los sentimientos del otro. Tiene que ver con aprender a sufrir con los demás sin juzgarles.

Vamos inevitablemente hacia una sociedad más envejecida. ¿Tenemos las herramientas como para prevenir el deterioro cognitivo?

Hay algunos factores que están claros. Varios artículos en The Lancet ya han destacado la importancia de las relaciones personales a la hora de prevenir la manifestación de la demencia, así como el valor de tener una vida con sentido y significado. Tener retos y proyectos es lo que más ayuda, más que de hacer ejercicios cognitivos. La propia Harvard tiene una línea de investigación de meaning of life. Por otra parte, es importante tratar los problemas auditivos y visuales que generan aislamiento. Ahí estarían las claves principales.

Sin embargo, también comenta el caso de los que caen en la ‘hiperactividad’ al jubilarse, tratando de llenar cada momento cuando ya deberían poder permitirse el ocio.

Hay que tener en cuenta que la diversidad entre personas mayores es enorme. Algunos consideran que la buena vida está en el descanso, sin compromisos, haciendo cada día lo que uno quiere. Otros practican el envejecimiento ya no activo, sino hiperactivo. A las 7 de la mañana al gimnasio, a las 9 a la universidad de mayores, luego cantan en un coro… Yo reivindico una especie de obligación moral: tenemos la suerte de vivir una vejez larga, y debemos esforzarnos en buscarle un sentido. También, que no hay buenas vidas aisladas: la forma en la que se vive bien es relacionándose con los demás.

Antes, la relación familiar era la principal para la tercera edad. Ahora las familias son muy diferentes entre sí. ¿Cómo nos vamos adaptando?

La generación del baby boom, los nacidos entre el 57 y el 73, ya llegamos con modos de vida y convivencia muy distintos a los anteriores: parejas distintas, personas que han decidido no tener hijos… Será una vejez larga, sin red de apoyos, para la que no tenemos modelos. Igual lo que necesitamos replantearnos son los modelos sociales, cómo podemos seguir contribuyendo al bien común sin quedar al margen. Necesitamos que las sociedades envejecidas sean sociedades para todas las edades, y mi sensación es que estamos muy lejos. Hay que pensar que hay tantos cambios entre los 65 y los 95 años como entre los cero y los 30, es muy heterogéneo.

El edadismo afecta a los dos extremos: por un lado, jóvenes que se enfrentan a la precariedad, por el otro, gente excluida del mercado una vez supera la mediana edad.

Sí, totalmente. Es algo que contamina a toda la sociedad: los adultos consideran que los jóvenes son hedonistas sin ganas de trabajar, y los propios mayores son edadistas con respecto a los que están más deteriorados. Necesitamos darle una vuelta a todo esto. La edad es una muy mala medida, la variabilidad interindividual es tan grande que funciona muy mal como para determinar la organización de nuestra vida.

¿Esto tiene que ver con el concepto de reloj epigenético, el hecho de que podemos tener una edad biológica inferior a la cronológica?

Eso es. La idea clave es la de la heterogeneidad: la edad no define lo que eres. Debemos ser capaces de diferenciar el momento personal y psicológico del cronológico. La ciencia apoya claramente esta diferencia.

Otro aspecto muy importante es el de la reserva cognitiva: el de haber creado suficientes redes neuronales como para protegernos de la demencia. ¿Esto es correcto?

Para personas que han tenido un trabajo con cierta demanda cognitiva, que han tenido relaciones en las que se han implicado, que siguen desarrollando proyectos, todo eso les ayuda a tener una arquitectura cerebral resistente. Pero en base al consenso de factores modificables para prevenir la demencia, lo que se señala precisamente es la importancia de evitar el aislamiento. La parte de las relaciones, de tener una vida plena, pesa más que la de hacer sudokus.

Esas relaciones van más allá de lo familiar: seguir participando de actividades con las amistades y la comunidad, no específicamente dirigidas a la gente mayor.

Yo recomiendo los vínculos significativos: conocemos muchas personas, pero creo que hemos perdido la calidad de las relaciones. Los compromisos sociales son como las inversiones de la bolsa: nunca sabes si vas a ganar o no, pero si no inviertes, no ganas.

Como gerontólogo, si le dicen que ‘mi padre sale con los amigos, pero se toma un vino’, ¿qué contesta? ¿El beneficio de la relación compensa ese consumo?

Seguramente, los médicos dirán que hay que ir con mucho cuidado con eso de tomarse un vino. Pero yo creo en el beneficio de las relaciones, es algo muy relevante. Y por lo tanto yo reivindico lo de tomarnos un vino, incluso en el sentido metafórico. Lo importante es seguir teniendo relaciones, porque lo contrario es la soledad. Y ahí, aparte de sufrimiento, lo que hay es la quiebra del sentido cognitivo que nos queda.



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