Sánchez le toca los euros a la UE con la fusión BBVA
El Gobierno de Pedro Sánchez ha vuelto a cruzarse con la Unión Europea, esta vez por su intento de torpedear la fusión entre BBVA y Banco Sabadell. La decisión de elevar la operación al Consejo de Ministros, un movimiento insólito, responde a las exigencias de Carles Puigdemont y los socios separatistas catalanes, que ven en la OPA un ataque a Cataluña, al considerar que perderían uno de sus grandes bancos, absorbido por el BBVA. Pero Bruselas ha reaccionado con contundencia, advirtiendo al Ejecutivo que no tolerará maniobras “discrecionales” para bloquear la fusión, un proceso que la Comisión Europea respalda como parte de la consolidación bancaria en la UE.
Es curioso: con el dinero hemos topado. Sánchez ha sorteado críticas por motivos políticos y jurídicos mucho más graves —la ley de amnistía, los pactos con separatistas o la intromisión constante en el Poder Judicial—, pero ha sido el “cochino dinero” el que ha hecho saltar las alarmas en Bruselas. La UE, que no ve razones para vetar la operación, considera que la fusión fortalecería el sector bancario europeo, y no está dispuesta a permitir que Sánchez la frene por cálculos políticos internos.
La maniobra de Sánchez, que incluye una consulta pública sin precedentes para dilatar el proceso, no es más que un guiño a Junts y ERC, cuyos votos necesita para mantenerse en La Moncloa. Pero este juego pone en riesgo la credibilidad de España como destino inversor. La oposición catalana a la fusión, liderada por Puigdemont, ignora que la concentración bancaria es una tendencia europea y que el Sabadell ya opera a nivel nacional. Además, el voto a favor de la CNMC, incluso por parte de un consejero afín a Junts desmonta la narrativa victimista.
Sánchez, atrapado por sus socios, demuestra una vez más que su prioridad es el poder a cualquier precio. Pero esta vez quizás se ha pasado de frenada. Tocarle los euros a los políticos de Bruselas no parece buena idea, y su osadía podría costarle caro, evidenciando que ni las instituciones europeas ni el interés general frenan su ambición desmedida.













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