Resultados bancarios 2023: una perspectiva a largo plazo
La publicación de los resultados de los bancos españoles del año 2023 no ha arrojado sorpresas como tampoco ocurrirá, estoy seguro, con los de este año. Los bancos han hecho los deberes, han gestionado de forma adecuada un contexto difícil y los resultados están ahí.
Confieso que, en algún caso, me ha sorprendido la reacción de los mercados que quizá esperaban que fueran incluso mejores. La verdad es que no la creo justificada.
La subida de tipos de interés ha contribuido a la recuperación de la rentabilidad de los bancos, pero de poco hubiera servido si la gestión del riesgo no hubiera acompañado y la morosidad hubiera aumentado de forma importante.
Este año vendrá caracterizado por una mayor incertidumbre geopolítica y, desde un punto de vista macroeconómico, por un menor crecimiento, lo que se traducirá en reducciones apreciables del consumo, la inversión y la demanda de crédito. Todo ello provocará que, aunque los resultados del 2024 seguirán siendo buenos, quizá no sean tan brillantes como los del año anterior.
En todo caso, al valorar la situación, puede optarse por una perspectiva a corto plazo o, como aquí se propone, observarlos en una tendencia a más largo plazo.
Desde el punto de vista de las entidades, mal harán en optar por una prudencia excesiva (no por una prudencia «razonable») que las lleve a frenar o reducir sus grandes apuestas estratégicas en el desarrollo de nuevos negocios, la transformación digital, el uso de las nuevas tecnologías o la sostenibilidad.
Ello, aunque pudiera reducir costes, aumentando así la rentabilidad a corto plazo, terminaría teniendo efectos negativos a medio y largo plazo y constituiría un error estratégico.
Algo similar puede decirse de las decisiones de legisladores y reguladores. Si los resultados bancarios se miran a corto plazo, puede caber la tentación (de hecho, ha cabido ya, como sabemos) de «aprovecharlos» para imponer una tributación extraordinaria y específica para el sector, que añada unos ingresos a las arcas públicas que no creo sean la cuestión más relevante.
Y es que una perspectiva a largo plazo mostraría que esos resultados significan una gran oportunidad en términos de inversión (sobre todo crediticia) y también de creación de empleo cualificado en el ámbito tecnológico, al mismo tiempo que permiten al sector contribuir al crecimiento de la economía española favoreciendo el consumo y la inversión, a la vez que acompaña su necesaria transformación digital y sostenible, incluso en el campo del uso de los fondos europeos.
Se añade a ello la necesaria reflexión estratégica sobre la necesidad de que los sectores empresariales españoles más importantes (no sólo en el ámbito bancario) tengan una rentabilidad adecuada, y no reducida artificialmente por decisiones regulatorias y fiscales además discutibles desde un punto de vista técnico. Dicha rentabilidad, al mejorar su posición en los mercados de capital, es la protección más efectiva frente a su adquisición por inversores más o menos «hostiles».
Lo que está en juego, en definitiva, si adoptamos esta visión a largo plazo, es la competitividad de nuestras empresas, su supervivencia y si sus centros reales de decisión están o no en España, con lo que eso implica en términos de prioridades de inversión, creación de empleo o utilización de proveedores locales, así como como su capacidad de seguir contribuyendo al crecimiento de nuestra economía y a la creación de empleo.
No se trata de una cuestión solamente española. Toda la Unión Europea está sometida a un reto semejante. Pero esto no es un consuelo y las decisiones regulatorias o fiscales deben tener en cuenta el objetivo de mejorar la competitividad de nuestra economía y empresas.