¿Quién liderará la IA del futuro y qué papel jugará España y el resto de países?

¿Quién liderará la IA del futuro y qué papel jugará España y el resto de países?



¿Cuál es el estado de la Inteligencia Artificial hoy?

La inteligencia artificial está en lo que llamamos la fase fluida o inestable de la innovación. Cuando llega una tecnología disruptiva se crea una especie de lío pues la gente no sabe exactamente cómo utilizarla, la tecnología está todavía inmadura. Alguien probablemente lo vivió en los 1980 con los ordenadores, los primeros Spectrum con los que jugábamos a videojuegos. Posteriormente llegó el Commodore y, hasta que no llegó el IBM con el estándar de un ordenador personal, el mundo no entendió para que servían los PC´s. Estamos en esa fase, ahora hay mucha volatilidad. 

Se acaba de publicar un informe del MIT diciendo que el 95% de los proyectos en IA fracasan y eso ha provocado turbulencias en las bolsas. Es normal porque la tecnología todavía está inmadura, ya hay casos de uso claros y sin duda va a madurar. La IA es una tecnología profundamente transformadora y lo que dice este artículo es que si fallan muchos proyectos es porque no hay una estrategia detrás. 

Diría que hay tres tipos de desarrollos actualmente en Inteligencia Artificial: los personales, el informe habla de Shadow AI que es una especie de IA oculta o en la sombra y es con la que todo el mundo empieza a “trastear y jugar” a nivel personal. Un ejemplo es un profesor al que la IA le permite tener un nivel de productividad extraordinario usando ChatGPT.

Esto todavía no se ha absorbido desde una perspectiva corporativa porque no puedes fiarte del todo, pero eso forma parte de la naturaleza de la IA. No es un sistema determinista donde hay alguien que ha programado algo, es un sistema orgánico que ofrece respuestas aproximadas que compila la información pero que puede fallar. El incremento de productividad es muy elevado y sí hay un porcentaje, que el estudio cifra en el 5%, de casos de éxito en los que los sistemas se han entrenado con datos de las compañías para aplicaciones específicas de interés estratégico. Eso todavía es pequeñito pero es lo que se va a escalar en los próximos años.  Un ejemplo es un banco o empresa que trabaja con datos de sus clientes que otros no tienen,  les configura su ventaja competitiva y el sistema va a diagnosticar y proponer cosas que permitirá a la compañía tomar decisiones en base a las recomendaciones de la IA. Eso es lo que todavía es incipiente pero seguramente escalará de forma muy rápida en los próximos años. 

Cada gran compañía tecnológica está siguiendo un camino distinto en IA. ¿Qué diferencias principales destacaría entre las big techs americanas?

Hay que considerar diferentes aspectos muy relevantes. Lo primero es que la cima de la economía mundial ha sido conquistada por empresas tecnológicas y no sólo tecnológicas, empresas enfocadas en Inteligencia Artificial que podemos llamar AI Forest. Si miramos cómo era el mercado financiero hace 25 años, al doblar el siglo,  en la cima las compañías más grandes del mundo por valor financiero eran distribuidoras, bancos, automovilísticas, farmacéuticas, petroleras...Hoy de las 10 más grandes, 9 son tecnológicas. La mayor parte no existía hace 25 años y crecen mucho más rápido que el resto. 

La economía internacional se está estirando como un chicle y en el pelotón de cabeza están estas compañías que son las que marcan el ritmo de la economía mundial. Esto ya es un cambio significativo que seguramente no hayamos sido capaces de analizar en profundidad. Algunas compañías son casi monopolios naturales porque tienen tecnologías que otros no pueden o no saben porque llevan años de ventaja en I+D . Y dentro de ese pelotón de cabeza hay diferencias: algunas compañías, y básicamente hablaría de Google, Microsoft, Amazon o  Meta están apostando claramente por la supercomputación, los grandes centros de datos, que básicamente se trata de que el usuario acceda a través de la nube a supercomputadores en remoto. 

Cuando se accede a ChatGPT, ¿A qué estás accediendo?  A un sistema de supercomputadores que están instalados en Estados Unidos,  una gran red neuronal. La versión original tenía nada más y nada menos que 175 mil millones de parámetros, un gran sistema matemático instalado en remoto en la nube. Si pensamos que las compañías van a entrenar sus propios modelos y van a interesarse cada vez más en que esos computadores trabajen de forma exclusiva para una compañía, no para la competencia, seguramente veremos un gran despliegue de centros de datos corporativos en el mundo los próximos años. Estas compañías son las que van a dar servicio. 

Apple es, quizás, la que esté siguiendo una estrategia diferente. Siempre se ha caracterizado por conservar los datos, por la seguridad,  privacidad… y todavía está apostando por el usuario, el dispositivo que tiene en las manos. En ese dispositivo no puedes meter mucha capacidad computacional, no puedes instalar grandes modelos de lenguaje. Entonces Apple está optando por la tecnología que vemos en el frontal. Ahí vemos una divergencia entre la mayor parte que está apostando por la nube y supercomputacion y Apple, que todavía depende del iPhone y dispositivos handheld devices con el que pretende acercar la IA al dispositivo final. Hay una guerra de gigantes y veremos a ver quién gana. 

Se habla mucho de Nvidia como la gran beneficiada de la revolución de la IA. ¿Estamos ante una empresa insustituible o veremos más competencia en los próximos años?

La competencia va a aparecer, eso seguro, pero en  este momento diría que es insustituible. Ahora se están produciendo grandísimas inversiones por parte de competidores, Broadcom, AMD, etcétera, porque evidentemente quieren entrar en ese tipo de GPUs, que son los chips que sustentan la inteligencia artificial,y es donde Nvidia lleva 5 años de ventaja. Además, Apple, Google, etcétera, intentan desarrollar sus propios chips compitiendo con NVIDIA.

Ninguna empresa va a durar para siempre. No sabemos lo que va a durar Nvidia, cuánto va a durar su ventaja competitiva, pero es lo que hoy llamamos una ventaja competitiva injusta, tal y como lo ha denominado algún académico. No es que sea injusta, es que han apostado por algo, invertido cantidades masivas en este tipo de GPU y son líderes en esa tecnología. Las GPUs, que son como los cerebros de la IA, los construye Nvidia, de hecho los fabrica con TSMC, que fabrica a escala nanométrica, es decir, están granado en la superficie del silicio a escala casi preatómica. Una virguería de la tecnología porque además esas GPUs de Nvidia se complementan con un sistema operativo que es sencillo y usable: CUDA. Y cuando una compañía usa una tecnología con ese sistema operativo y sistema de programación  es complicado que cambie aunque venga un competidor. Y las compañías ya se han entrenado a usar Nvidia y CUDA y es difícil que cambien. 

Nvidia actualmente tiene una ventaja competitiva única, lo que llamamos una ventaja injusta, que casi desequilibra la dinámica del sector hacia ella. Controla la estructura del sector. Ahora hay muchísimo dinero en juego y seguramente otros van a entrar. Por dar una cifra que en cierto modo confirma ese cambio en la economía global: el valor financiero de Nvidia ha superado los 4 billones de dólares. Eso equivale al PIB de Japón. Una compañía vale tanto como el PIB de Japón. Esto es absolutamente inaudito. Creo que  fue Eric Schmid, ex CEO de Google, que dijo que la inteligencia artificial no está sobrevalorada, sino está infravalorada. Hay underhype que va a ser mucho más incluso de lo que pensamos. Y nuevamente me remito al escenario inicial. 

Si realmente la inteligencia artificial penetra a todos los niveles, no solo a nivel personal, sino corporativo, con aplicaciones estratégicas, probablemente cada compañía del mundo querrá tener sus centros de datos, sus computadores con sus modelos, trabajando para ellas exclusivamente. Y hoy por hoy esos computadores están construidos con Nvidia.

¿Podría la falta de chips convertirse en un cuello de botella para el desarrollo de la IA?

Los chips son los bloques constituyentes de la economía digital. Cada año se venden más chips que la suma de cualquier otro producto que podamos imaginar en el mundo. Están absolutamente en todas partes: en el termostato de la ducha, en la tostadora, en el microondas, en la nevera, en el coche… pero también en los semáforos, en los ascensores, en prácticamente todo lo que usamos a diario.

Durante los últimos 20 años los chips han ido entrando en nuestras vidas sin que apenas nos diéramos cuenta. ¿Qué ocurrió durante la pandemia? Europa entró en pánico: si se corta el suministro de chips, literalmente nos vamos a la edad de hielo. Todo se detiene. De ahí surge el concepto de autonomía estratégica, que supone una vuelta al tecnonacionalismo. Hay tecnologías críticas que los países necesitan controlar sí o sí. Este tecnonacionalismo está hoy muy presente: todos quieren asegurar su provisión de chips, su inteligencia artificial, sus sistemas de defensa y su ciberseguridad.

Esto nos lleva a un escenario en el que los estados buscan tener la tecnología cerca, y con ello regresa la política industrial de dos maneras. Una, que creo que no va a llegar muy lejos, es la vía de los aranceles: prohibir exportaciones o impedir importaciones. Esa estrategia tiene poco recorrido. La otra, mucho más clara y con futuro, es la intervención directa de los estados en el desarrollo tecnológico. Y eso ya lo estamos viendo: las inversiones son masivas.

Un ejemplo es Estados Unidos. A nivel fiscal, está atrayendo tecnología y desarrollos que antes se hacían en Asia. Si antes el mantra de la globalización era “llévate fuera lo barato porque es eficiente”, ahora es “tráete aquí lo tecnológico porque es estratégico”. Esto se traduce en enormes cantidades de dinero público destinadas a cooperación público-privada, a fomentar el I+D y el desarrollo tecnológico en el propio territorio. Si no lo hacemos, entramos en riesgos: riesgo industrial, riesgo energético, riesgo sanitario. Por eso hay que controlar estas tecnologías. Volvemos, de nuevo, al tecnonacionalismo.

En Europa también se está intentando con los fondos Next Generation y con distintas iniciativas. Hace un año, Mario Draghi presentó un plan en el que subrayaba la urgencia de actuar. Sin embargo, un año después, ese plan sigue en el aire, sin acciones contundentes. En mi opinión, Europa debería ser mucho más firme y decidida en este terreno.

¿Cree que la carrera por la IA es también una cuestión de geopolítica entre Estados Unidos, China y Europa? ¿Qué riesgos puede traer esta concentración tecnológica en unas pocas regiones del mundo?

Riesgos, evidentemente, siempre los habrá, pero vamos a tener que competir en un escenario muy distinto. El mundo se ha fragmentado: la vieja globalización se ha desvanecido y ahora vivimos en un mundo de bloques, un mundo en el que resurgen las autocracias, lo que algunos definen como “the West and the rest”.

La fragmentación comenzó a hacerse evidente durante la pandemia, cuando descubrimos que Occidente no tenía tecnología propia suficiente. En 2020, con el corte de las cadenas de suministro, Europa y Estados Unidos tomaron conciencia de su dependencia. Estados Unidos reaccionó mucho más rápido; Europa, en cambio, se vio atrapada en una situación de vulnerabilidad. No teníamos chips, pero tampoco textiles avanzados, mascarillas o piezas críticas para las UCI. Todo estaba fuera. Tras veinte o treinta años de desindustrialización, Occidente descubrió su debilidad industrial y tecnológica.

Con la guerra de Ucrania llegó un nuevo golpe de realidad: nuestra debilidad energética y en defensa. Por tanto, la geopolítica ha vuelto con fuerza a los consejos de administración y a los ministerios. Hoy es evidente que las tecnologías críticas tienen que estar cerca, necesitamos capacidad productiva propia porque somos extremadamente vulnerables. Ese es el escenario: avanzamos hacia un mundo fragmentado, un mundo de bloques, en el que la dinámica central será desarrollar capacidades industriales y tecnológicas en casa. Y con ello, asistimos también al regreso de los clústeres industriales.

¿Cómo está posicionada Europa, en general,  y España en particular? 

Diría que Europa está ahora in the middle of nowhere, en medio de la nada, con una gran crisis de liderazgo y, desafortunadamente, con mucho miedo. Las coordenadas han cambiado rápidamente: lo que llamamos West and the Rest, Occidente y el resto.

Hasta el año 2020 pensábamos que Occidente, nuestro modelo, era el ganador: economía de mercado, libertad económica, democracia. Nadie cuestionaba que ese fuera el modelo llamado a expandirse y generar prosperidad en todo el mundo. Sin embargo, en estos últimos años nos hemos dado cuenta de que existen modelos alternativos, en especial el de China. Un país que ha generado riqueza, ha sacado a millones de personas de la pobreza, pero que no responde a parámetros democráticos como los nuestros.

Así, tenemos Occidente por un lado, y “el resto” por otro: China, Rusia, India, los BRICS, Brasil… Si trazamos una diagonal de Siberia a la Patagonia, abarcando dos tercios del mundo, ¿cuántas democracias encontramos? Muy pocas. Rusia, Oriente Medio, África… un gran bloque alternativo que, por primera vez en la historia, gracias al empuje tecnológico de China, está a nuestra altura o incluso nos supera.

En este contexto, Estados Unidos se descuelga con Trump, que viene a decir: “Europeos, espabilad, que ya os toca”. Y Europa, mientras tanto, está en estado de shock. Mario Draghi nos ha dado algunas indicaciones, pero creo que no las estamos siguiendo con la seriedad que deberíamos, y España no es una excepción.

Es cierto que cada vez se escuchan más voces hablando de autonomía industrial y estratégica, y que la política industrial ha regresado al debate. Pero lo que no se ha hecho es reformar las cuentas públicas para dotar a los países de capacidad real de desarrollar sus propias capacidades industriales y tecnológicas. Seguimos pensando que la administración es simplemente un distribuidor de recursos que crea mercado, cuando la realidad es que el mercado creará recursos tecnológicos e industriales en cooperación con las administraciones, como ya está ocurriendo en otros lugares.

En cuanto a innovación, España va razonablemente bien, aunque partimos de posiciones muy retrasadas. En el año 2000, en la Cumbre de Lisboa, la UE fijó como objetivo que en 2020 todos los países miembros destinaran al menos un 2 % del PIB a I+D. España, en 2025, sigue en torno al 1,5 %, un 25 % por debajo de lo que deberíamos. Estamos en posiciones de cola dentro de la Unión Europea.

Lo positivo es que las últimas estadísticas muestran una aceleración significativa de la I+D en España, probablemente gracias a los fondos europeos. Pero surge un gran interrogante: ¿qué ocurrirá cuando esos fondos se acaben? Existe el riesgo de volver a la casilla de salida.

España no puede permitirse depender de Europa para financiar su I+D. Necesita contar con fondos propios, y si no los tiene, debe buscarlos mediante la reforma de sus cuentas públicas, tal y como hacen la mayoría de países que aspiran a estar en la primera división mundial.



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