Las desigualdades son una cuestión política y estructural, no natural

Las desigualdades son una cuestión política y estructural, no natural



En el año 2013 Göran Theborn publicó The Killing Fields of Inequality, traducida al español como La desigualdad mata (2015). Con este impactante título, simbólico y literal al mismo tiempo, pretendía mostrar cómo desde finales de los ochente los procesos de desigualdad estaban fracturando la humanidad. No es casualidad que ese mismo año el Papa Francisco, en su primera exhortación apostólica, afirmara que la economía de la exclusión y la inequidad mata (cfr. EG, 53), convirtiendo a parte de la humanidad en «población sobrante». Las desigualdades no son un simple asunto técnico económico, sino que representan una auténtica amenaza para el bien común global y para la vida de millones de personas.

Las desigualdades no se reducen únicamente a la distribución de la riqueza, los recursos o las oportunidades; constituyen un orden estructural complejo, con dimensiones políticas, sociales, económicas, culturales y religiosas, que restringe, limita y, en muchos casos, anula la posibilidad de un desarrollo humano integral para millones de personas. Las desigualdades son el resultado de un entramado complejo de prácticas, valores, imaginarios sociales y normas institucionalizadas que generan accesos diferenciados —y frecuentemente privilegiados— a bienes, servicios, reconocimiento y representación para determinados individuos, colectivos o grupos sociales en detrimento de otros.

«Dedicamos muchos esfuerzos a presentar el estado de la cuestión de las desigualdades; sin embargo, prestamos poca atención a la naturaleza de las desigualdades, es decir, lo que son y representan»

En este sentido, las desigualdades no solo se manifiestan de forma sistémica en múltiples ámbitos de la vida social, produciendo consecuencias dramáticas, sino que también configuran y sostienen un orden global que las reproduce, legitima y naturaliza. Dedicamos muchos esfuerzos a presentar el estado de la cuestión de las desigualdades con estudios, análisis y estadísticas; sin embargo, prestamos poca atención a la naturaleza de las desigualdades, es decir, lo que son y representan. No podemos obviar que las desigualdades no son un fenómeno natural, sino un hecho social y político construido. Además, se manifiestan como un fenómeno estructural y sistémico y, por último, como un proceso multidimensional.

Las desigualdades deben entenderse como una construcción social e histórica, no como un fenómeno natural ni como una consecuencia inevitable de las diferencias entre los seres humanos. Si bien es cierto que las personas somos profundamente diversas —en capacidades, trayectorias vitales y contextos culturales—, esta pluralidad no puede usarse como fundamento de un orden institucionalmente desigual. El hecho de que no seamos naturalmente iguales en talentos o condiciones no puede utilizarse como justificación para las profundas brechas de desigualdad que separan a individuos, colectivos y naciones. Mientras que las diferencias describen la riqueza constitutiva de la condición humana, las desigualdades reflejan la manera en que las sociedades se organizan y distribuyen el acceso a recursos, oportunidades, reconocimiento y derechos. Así, son el resultado de decisiones políticas, estructuras institucionales y dinámicas culturales que priorizan determinados intereses, generando formas persistentes de exclusión e injusticia.

En el mismo sentido que la igualdad social, económica y política no es un hecho natural y espontaneo, sino que es fruto de la intervención política, de la construcción de la ciudadanía, de los marcos éticos y religiosos, las desigualdades representan una ingente construcción social y política. Si nos asomamos a los vaivenes históricos observamos cómo han sido diversos los órdenes de las desigualdades y si hacemos una comparación entre regiones y países vemos que las diferencias son notables. La diversidad humana es global, pero las desigualdades dependen de las políticas, los imaginarios sociales y las prácticas ciudadanas. Son de un orden contingente y no naturalmente necesarias.

Políticas públicas e imaginarios sociales

Asimismo, las desigualdades constituyen un fenómeno estructural que se manifiesta en prácticas sociales persistentes y reiteradas, las cuales reproducen de forma sistemática situaciones de desventaja para determinadas personas y grupos sociales. Esta dimensión estructural se expresa, por un lado, en formas de injusticia institucionalizadas que se plasman en la legislación, las políticas públicas y los marcos administrativos; y, por otro, en sistemas de valoraciones culturales e imaginarios sociales que subordinan, estigmatizan o invisibilizan a ciertos colectivos, identidades o incluso naciones.

Las estructuras sociales no ejercen su poder únicamente a través de mecanismos de coerción directa entre grupos dominantes y subordinados. Más bien, operan de manera más difusa y acumulativa, generando barreras que obstaculizan la realización personal y colectiva de unos, al tiempo que amplían las oportunidades y privilegios de otros. Estas dinámicas estructurales se sedimentan en el tiempo, convirtiéndose en condicionantes profundos de la vida social.

La dimensión estructural de las desigualdades, tal como ha sido caracterizada, atraviesa todas las esferas de la existencia humana. Aunque suele visibilizarse principalmente en su vertiente económica, las desigualdades deben entenderse en plural, ya que no se manifiestan de manera unidimensional, sino que adoptan formas múltiples y entrelazadas, afectando tanto a ámbitos públicos como privados. Estas desigualdades se generan y consolidan en distintas fases y espacios de la vida social: desde la preproducción, la producción y la posproducción económica, hasta el acceso equitativo a oportunidades sociales o el reparto desigual de los riesgos ambientales. Esta multidimensionalidad no responde a una mera suma de factores, sino que implica interacciones complejas entre estructuras, relaciones de poder y mecanismos de exclusión que configuran redes de privilegios, jerarquías y prejuicios.

«En España las brechas de las desigualdades más intensas son la intergeneracional, la étnica y de país de origen y la de la herencia, especialmente unida a la vivienda»

Desde esta perspectiva, las desigualdades no solo excluyen diferencialmente a personas y grupos del acceso a bienes, derechos, méritos o prestigio social, sino que también operan de forma interseccional. Es decir, se entrecruzan múltiples ejes de subordinación —como clase, género, etnia o territorio— que profundizan las dinámicas de marginalización y refuerzan la desigual participación en los procesos sociales de reconocimiento, redistribución y representación.

Desde esta caracterización de la naturaleza de la cuestión podemos acercarnos de una manera más profunda al estado de la cuestión (procesos, estadísticas, políticas, etc.) porque, acotándolo a la situación de España, las brechas de las desigualdades más intensas son la intergeneracional, la étnica y de país de origen y la de la herencia, especialmente unida a la vivienda. Estas brechas muestran su carácter histórico contingente, su dimensión estructural y su dinamismo interseccional. 

Podemos analizar la posición de una persona joven, mujer, migrante o de etnia gitana y con la mochila de la herencia vacía (sus padres no tienen vivienda y otros activos) comparándola con una persona autóctona, hombre, mayor de 60 años y que proviene de familia pudiente. Entre ambos tipos ideales el abismo es hiriente, injusto e indignante. Frente a estas realidades solemos reaccionar con la apelación a la meritocracia, con la formulación de débiles políticas de igualdad de oportunidades o con simples discursos moralizantes sobre las desigualdades extremas. Ninguna de estas reacciones es suficiente para encarar las desigualdades profundas que estamos viviendo. Porque, en las situaciones de desigualdad, no nos jugamos un mero problema técnico, sino la misma vida de millones de seres humanos a los que estamos condenado a ser población sobrante, como advertía el Papa Francisco.

En colaboración con la Fundación «la Caixa»



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