la UE y la erosión de su soberanía comercial
Europa capitula con el acuerdo comercial alcanzado entre la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. El resultado debería generar una profunda preocupación. Lejos de representar un avance para la Unión Europea, este pacto es desequilibrado en el fondo y degradante en la forma. Acepta imposiciones impropias de un aliado y refleja una alarmante falta de autonomía por parte de nuestro continente. Es, en definitiva, una gran hipoteca estratégica para la Unión.
Un acuerdo desequilibrado y degradante
Las cifras hablan por sí solas. El acuerdo impone un arancel general del 15 % sobre la mayoría de los productos europeos destinados a Estados Unidos —incluidos automóviles, semiconductores, productos farmacéuticos y agrícolas—, aunque ciertos sectores como los vuelos y algunos productos químicos quedan exentos o con tratamiento diferenciado. La Unión Europea también se compromete a adquirir energía estadounidense por valor de 750.000 millones de dólares durante los próximos tres años, y a realizar inversiones adicionales de unos 600.000 millones de dólares, incluyendo equipo militar procedente de EE. UU. Además, el pacto garantiza que los productos estadounidenses ingresen en los mercados europeos con arancel cero, sin ninguna reciprocidad equivalente para las exportaciones europeas.
«Nos encontramos ante una clamorosa ausencia de garantías, transparencia y reciprocidad: tres elementos fundamentales en cualquier relación comercial justa y equitativa»
Se anuncian supuestos beneficios, pero estos no se concretan. Nos encontramos ante una clamorosa ausencia de garantías, transparencia y reciprocidad: tres elementos fundamentales en cualquier relación comercial justa y equitativa. Este acuerdo acepta imposiciones que no se corresponden con una relación entre aliados.
El pacto se sostiene sobre premisas falsas. Se justifica apelando a un supuesto desequilibrio comercial que, al analizar los datos, no se sostiene. Lo que realmente subyace es una lógica de chantaje arancelario, donde la amenaza de nuevas barreras comerciales se usa como arma de presión. El resultado no responde a una defensa del interés europeo. Al contrario: hemos asistido a una política de apaciguamiento y concesiones que debilita nuestra posición en el escenario global. Europa ha cedido ante las presiones bajo una escenografía denigrante, sacrificando principios y su dignidad estratégica. Probablemente nuestra dependencia en materia de seguridad y estar mirando por el retrovisor al futuro de Ucrania haya contribuido decididamente al acuerdo.
Las consecuencias para la autonomía europea
Las implicaciones de este acuerdo van mucho más allá del terreno económico. Supone una auténtica hipoteca estratégica para Europa, que compromete nuestra autonomía y nuestra capacidad de actuar con una voz propia. El miedo a una guerra comercial, aunque comprensible, no puede guiar nuestra política exterior ni nuestra política comercial. Como señaló Olivier Blanchard, ex economista jefe del FMI: «Cuando la ley de la jungla prevalece, el débil no tiene otra opción que aceptar su destino. Pero Europa podría haber sido fuerte. Podría haber conseguido un acuerdo mejor y enviar un mensaje firme al mundo. Fue una oportunidad perdida».
«La preocupación de que estos aranceles hayan llegado para quedarse, incluso tras la era Trump, es una realidad que debemos afrontar sin ingenuidad»
Además, el pacto ha evidenciado las divisiones internas en la Unión Europea. Mientras algunos países, como Alemania, pueden ver reducciones arancelarias en sectores clave como el automotriz, otros —como España, con su aceite de oliva— sufrirán las consecuencias. La falta de una posición unificada y firme ante las exigencias de Estados Unidos nos debilita como bloque y nos expone a futuras presiones. La preocupación de que estos aranceles hayan llegado para quedarse, incluso tras la era Trump, es una realidad que debemos afrontar sin ingenuidad.
Por una Europa con voz propia
Europa merece más. Necesitamos una política comercial basada en principios, no en el miedo. Una política que nos permita tener una voz propia y actuar con dignidad estratégica en el concierto internacional. La relación transatlántica debe fundamentarse en el respeto mutuo, no en la sumisión preventiva. Es fundamental que la Unión Europea recupere su capacidad de negociación y defienda con firmeza sus intereses, sin ceder a chantajes ni a presiones externas. Y es necesario recordar la correlación de fuerzas que nos ha llevado hasta aquí: una abrumadora mayoría conservadora en la Comisión Europea y el Consejo incapaces de defender con firmeza el interés general europeo.
Estoy convencido de que debemos trabajar incansablemente para construir una Europa más fuerte, más autónoma y más justa. Una Europa que no solo sea un actor económico relevante, sino también un líder geopolítico capaz de defender sus valores e intereses en un escenario cada vez más hostil. El futuro de Europa depende de nuestra capacidad para actuar con autonomía, unidad y determinación en el mundo.













