La mano de obra ‘oculta’ se lleva el 70% de los empleos de los jóvenes
El verano mandó al paro a 50.500 jóvenes menores de 25 años, lo que elevó la cifra total hasta los 518.100, un 10,8% más que en el trimestre anterior. Sin embargo, los ocupados en esa franja de edad aumentaron en 138.500, una aparente paradoja que se explica por el afloramiento de mano de obra ‘oculta’, es decir, de inactivos que empezaron a trabajar sin que el INE los hubiera detectado anteriormente como desempleados en búsqueda de empleo. Según la Estadística de Flujos de la Población Activa, el 70% de los menores de 25 años que se sumaron a la ocupación en el tercer trimestre provenían de esa situación. Eso sí, el 60% de los que abandonaron un trabajo volvieron directamente a ella.
Pese al repunte de los desempleados en términos absolutos, la tasa de paro juvenil se redujo una décima respecto a la primavera, por efecto de un aumento de la población activa en 189.000 personas, el más intenso entre todos los grupos de edad. Así, del incremento total de 301.800 nuevos activos detectados por la EPA, el 62,6% eran menores de 25 años. La cifra se reparte entre los 50.500 nuevos parados netos y 138.500 ocupados en ese grupo de edad.
Ahora bien, ¿de dónde salen esos trabajadores si el paro ha crecido? Podría pensarse que se trata de desempleados que buscan trabajo y lo han encontrado, y que su incremento en el tercer trimestre no compensó el repunte de aquellos que lo han perdido. Algo que responde a la clásica discrepancia entre datos de paro y ocupación. Pero este análisis obvia el peso de la mano de obra ‘oculta’, es decir, los inactivos dispuestos a trabajar, pero que no lo buscan activamente o no están disponibles para incorporarse inmediatamente a un puesto. La cifra se sitúa en 1,09 millones, según la Encuesta de Población Activa, que se sumarían a los 2,8 millones de parados, según la definición convencional.
Aproximadamente un tercio de esta mano de obra (o paro, según se mire) oculta son menores de 25, aunque en este caso la cifra puede ser mucho mayor si se incluyen estudiantes que compatibilizan formación y trabajos esporádicos y que no se consideran a sí mismos buscadores activos de empleo, por lo que la EPA no los cuenta como parados.
En este contexto, el medidor más fiable es la Estadística de Flujos de Población Activa, que compara la situación laboral de parados, ocupados e inactivos de un trimestre a otro. Y revela dos datos sorprendentes: el primero, que los menores de 25 años son el grupo de edad que más desempleados sumó a la ocupación, 441.000 personas. El segundo, que el 70% de ellos no estaba en paro en el trimestre anterior (es decir, buscando empleo con total disponibilidad), sino que se consideraba inactivo. Es el porcentaje más alto entre todos los grupos en edad de trabajar, y supera con creces la media global del 46,7%.
El dato del tercer trimestre es el máximo de la serie histórica, que arranca en 2005, aunque en los años previos a la crisis financiera superaba habitualmente el 50% o incluso el 60% en los meses de verano. Aunque entonces, la explicación estaba en una elevada tasa de abandono educativo, más del doble que la actual, propiciada por las oportunidades laborales de la burbuja inmobiliaria. Ahora la situación es muy diferente, ya que la tasa de paro se sitúa en niveles del cuarto trimestre de 2008, cuando la crisis del inmobiliario en España ya se había desatado y arrastraba a muchas entidades financieras. Eso sí, con un 17,3% de población entre 18 y 24 años que ni estudia ni trabaja, conocidos como ‘ninis‘, siguen superando la media de la OCDE.
Dos caras de la misma moneda
En este sentido, parece que la explicación del auge de la reactivación de los jóvenes puede estar en el sobrecalentamiento del mercado laboral tras la pandemia. Muchas empresas tienen problemas para contratar y eso los lleva a ofrecer mejores ofertas que resultan más atractivas para activar los trabajadores que no buscan activamente empleo y son más selectivos. También anima a los estudiantes: 425.000 en el tercer trimestre, compatibilizando estudios reglados con un empleo, el máximo desde 2013 y un 33% de lo total de ocupados mejores de 25 años.
Este efecto se produce hoy con mayor intensidad, incluso que en la pandemia (cuando muchas personas que abandonaron su empleo pasaron a la inactividad por la sencilla razón de que los confinamientos les impedían buscar otro) y en todas las franjas de edad, se puede decir que son los jóvenes los que mejor lo están aprovechando.
Aunque también se produce el efecto contrario: el 60% de los que pierden su empleo vuelven a la inactividad, es decir, no buscan activamente otro trabajo. Es el porcentaje más elevado de todas las franjas de edad, y solo es comparable con el de los trabajadores entre 55 y 64 años, es decir, los más próximos a la jubilación.
Esto revela que la volatilidad del mercado laboral sigue siendo un problema serio para el empleo juvenil, pero además buena parte de ella ‘desaparece’. En este punto conviene a tener en cuenta que los datos de la Estadística de Flujos se obtienen de la Encuesta de Población Activa, que se basa en las respuestas e los propios encuestados, a diferencia de los datos de paro registrado del SEPE, que contabilizan a los jóvenes que se registran en las oficinas de empleo.
Esto es algo que muchos de ellos no hacen, bien porque no confían en los servicios públicos para encontrar trabajo y no han cotizado para obtener una prestación. Sin embargo, los datos de los flujos de población activa muestran que la mayoría de los jóvenes dispuestos a trabajar tampoco quedan reflejados en la estadística del INE como parados.
Ninis, estudiantes y parados
Hablamos de las estadísticas que los Gobiernos utilizan para diseñar sus políticas de empleo, con lo cual una falta de precisión es especialmente grave en un país que mantiene la mayor tasa de paro juvenil de la Unión Europea. Y es que esta mano de obra oculta no solo afecta a la ocupación, también a los datos de paro. En el tercer trimestre, 260.000 inactivos hicieron el tránsito al paro convencional, es decir, declararon estar buscando activamente empleo, así como su disponibilidad.
Aunque son menos que los que pasaron a la ocupación, estos flujos son una de las razones que explican por qué el gap entre la tasa de paro juvenil y la tasa global no tenían de cerrarse. En otros países, como Alemania y Holanda, esta cuestión se ha afrontado impulsando la compatibilidad entre estudios y empleo, la denominada formación dual, que en España ha cobrado una gran relevancia en los últimos lustros, aunque su eficacia sigue lejos de los niveles europeos.
Una prueba palpable de ello está en que la tasa de inactividad, de los jóvenes menores de 25 años, no supera con mucho a la de paro, sino la del resto de grupos en edad de trabajar. Pero el 75% de ellos cursan estudios reglados (es decir, oficiales), lo que implica que el gran ‘caladero’ de mano de obra juvenil está en ellos, no en los denominados ‘ninis’. Ni tampoco los parados que buscan activamente empleo.
La clave es cómo conseguir que estos parados menores de 25 años entren en esta mecánica. Los estudiantes, cuando no están haciendo prácticas, suelen aceptar mejor los empleos a tiempo parcial y peor remunerados para compatibilizarlos con sus clases, sobre todo en periodos estivales. Pero los parados propiamente dichos buscan otro tipo de empleos. De hecho, solo un 29% compagina estudios reglados con la búsqueda activa de empleo.
Esto implica que las políticas para el empleo juvenil deben enfocarse a dos tipos de acciones muy distintas, las formativas, que generan oportunidades a futuro, pero también las verdaderamente laborales, que permiten atender las necesidades económicas de los jóvenes y sus hogares. Algo que, sobe el papel, han hecho todos los Gobiernos, pero que, a la hora de la verdad, tiene un impacto desigual entre sus destinatarios.