Jovia, María, Claudette y Aleyda, las docentes de ProFuturo que llevan la educación de calidad a quienes más lo necesitan
Aleyda Leiva (Lambayeque, Perú) jugaba a ser maestra desde pequeña, mientras ayudaba a sus primos y vecinos con las tareas. Y, aunque la vocación iba creciendo poco a poco en su interior, no fue hasta llegar a la adolescencia cuando reconoció «la importancia del pensamiento crítico y de la ciudadanía activa».
«Desde entonces, supe que quería dedicar mi vida a acompañar a otros en la construcción de su futuro y de un mundo mejor», confiesa en una entrevista con ENCLAVE ODS.
La historia de María Teresa Cornejo (Arequipa, Perú) es similar. Y es que, desde joven, jugaba con sus muñecas y su hermana a «la escuelita», recreando las hazañas reales que vivían como estudiantes. La admiración a sus padres, también maestros, influyó, aunque el punto de inflexión fue cuando empezó a ayudar a sus compañeras con las asignaturas que se les dificultaban.
En su caso, no le apasionaba una materia en concreto, sino «el acto mismo de facilitar el aprendizaje».Y así, dice, nació esta vocación: «De la unión entre mi amor por el conocimiento y una profunda necesidad humana de conectar y servir a los demás».
Al otro lado del Atlántico, Jovia Kemirembe (Bugiri, Uganda) se enamoró del trabajo con los niños y optó por la enseñanza como excusa para «estar cerca de ellos y apoyar su crecimiento».
Y a Claudette Mukankundiy (Dzaleka, Malaui) le llamó esta profesión tras su propia experiencia como estudiante en el campo de refugiados donde se crio. Allí se dio cuenta «del poder que tiene la educación para cambiar vidas, especialmente en comunidades vulnerables».
«Sentí un fuerte deseo de compartir los pocos conocimientos que tenía, de guiar a otros y de ayudarles a abrir oportunidades para su futuro. Con el tiempo, se convirtió en algo más: pasó a ser mi pasión y mi propósito», explica.
Las cuatro, aunque con diferentes historias, motivos y desde distintos puntos de la geografía, participan en ProFuturo, el programa de innovación educativa con tecnología puesto en marcha por Fundación Telefónica y la Fundación ‘la Caixa’ en 2016.
María Teresa Cornejo, profesora de innovación pedagógica en el colegio República de Venezuela en Arequipa, Perú.
Cedida
Se trata de una iniciativa cuyo objetivo es llevar formación continua, recursos digitales y una plataforma que funciona con o sin internet. Pero, sobre todo, un acompañamiento cercano para que cada docente pueda personalizar, motivar y seguir el progreso de su clase.
Y es que en este programa los profesores, educadores y docentes actúan como verdaderos agentes de cambio que no solo transmiten su conocimiento, sino que empoderan a las nuevas generaciones a través de la educación.
Falta de recursos
Independientemente de la ubicación desde la que estas maestras trabajan, todas tiene un punto en común: lo hacen en contextos vulnerables donde, en muchas ocasiones, los recursos son escasos. Y es precisamente por este motivo que Cornejo se define a sí misma como «una arquitecta de posibilidades».
«Mi labor no se limita a ser una docente creativa en el aula, sino que se transforma en ser una catalizadora de cambio a nivel de la institución educativa«, subraya. Significa, tal y como expone a ENCLAVE ODS, innovar con propósito y gestión, fortalecer a los estudiantes y a toda la comunidad docente, diseñar soluciones a la medida del territorio y gestionar esperanza y oportunidades.
Lo que consiste, en pocas palabras, en «construir un ecosistema de aprendizaje donde la falta de cosas materiales no sea un techo, sino un desafío que active la inteligencia colectiva y la capacidad más grande que tenemos: la de transformar nuestra realidad».
Kemirembe, por su parte, prefiere resumirlo como «servir sin esperar nada a cambio, solo ayudar a los niños y niñas para que puedan construir un mundo mejor». Aunque es consciente de que en escenarios como el suyo esto supone un desafío donde tiene que buscar «formas de brindarles más oportunidades y herramientas a pesar de las limitaciones».
Y es precisamente por los retos a los que deben hacer frente estas docentes que Leiva destaca el papel de «la creatividad, la resiliencia y la esperanza que se siembra en cada clase». Haciendo hincapié en su ejercicio como impulsoras del desarrollo de «una identidad sólida y un compromiso con los ideales» de los propios estudiantes.
María Teresa Cornejo durante una de sus clases en el colegio República de Venezuela en Arequipa, Perú.
Cedida
Sin embargo, para Mukankundiy, profesora en el campo de refugiados de Dzaleka, en Malaui, a veces nada de esto es suficiente. Para ella, se trata de «aprovechar al máximo lo que hay disponible, convertir las limitaciones en oportunidades y garantizar que los alumnos nunca se sientan abandonado por sus circunstancias».
En su caso, la falta de recursos, las aulas superpobladas, los traumas y las necesidades emocionales o las barreras lingüísticas y de alfabetización forman parte de su día a día. Pero, pese a ello, rechaza darse por vencida, porque, como ella misma defiende, «cada pequeño logro ayuda a los estudiantes a adquirir conocimientos, confianza y esperanza en el futuro».
Irrupción tecnológica
«La tecnología abre oportunidades reales». O, por lo menos, así lo concibe Leiva, quien asegura que «no solo acerca contenidos, sino que permite a cada estudiante reconocerse a sí mismo como un ser valioso, capaz de aportar con sus talentos únicos». Algo que, en el caso de las niñas, se ha traducido en empoderamiento.
Su homónima Cornejo secunda sus palabras y añade que es su «llave maestra para derribar dos muros a la vez: la desigualdad educativa y el sexismo». E indica que «cuando cae en manos de quienes más la necesitan, deja de ser un lujo y se convierte en el arma más poderosa para la justicia educativa».
María Teresa Cornejo busca que sus estudiantes sean productores de la tecnología.
Cedida
De hecho, en el colegio República de Venezuela en Arequipa, donde es profesora de innovación pedagógica, crearon una app para personas ciegas. «No surgió en un laboratorio de lujo, sino de un aula donde un niño miró a su alrededor, identificó un problema y usó la tecnología como herramienta de empatía».
Por eso, defiende que su objetivo es que sus estudiantes no se pregunten qué pueden hacer con un ordenador, sino qué problema pueden resolver con lo que saben. Porque, dice, «esa es la semilla que gemina en autonomía, innovación y ciudadanía activa«.
La malauí, por su parte, sostiene que las herramientas tecnológicas hacen que «el aprendizaje sea más accesible, flexible e inclusivo». Pues, ofrecen igualdad de oportunidades para optar a una enseñanza de calidad, independientemente de su ubicación o procedencia, ayudan a superar barreras culturales y sociales y dotan de las habilidades digitales necesarias.
Su aporte al sector es tal que Kemirembe hoy no solo las utiliza, sino que además enseña a otros docentes a incorporarlas, lo que para ella es como «vivir un sueño, una bendición disfrazada».
En su caso, se adaptó rápidamente a los cambios y, tras descubrir «lo fácil y sencillo» que es, se lanzó a la enseñanza. Ahora, le emociona compartir sus conocimientos con otros profesores, ofreciendo «un entorno propicio para reflexionar sobre ideas innovadoras y resolver problemas».
Sin embargo, en los contextos en los que se desarrollan estas docentes, esto no resulta nada sencillo y emplear la tecnología se convierte en «un reto creativo». Tal y como explica Leiva, deben aprovechar cada oportunidad: celulares, materiales reciclados, recursos digitales gratuitos y metodologías como STEAM o Design Thinking.
«Lo esencial es que los estudiantes comprendan que no se trata de contar con lo último en equipos, sino de aprender a resolver problemas reales con ingenio y colaboración», sentencia. Y, de este modo, logran que las limitaciones se conviertan en «una oportunidad para innovar y demostrar que la educación de calidad es posible en cualquier contexto».
Nuevas oportunidades
Pese a las trabas a las que deben hacer frente en el camino, las cuatro docentes de ProFuturo no piensan cesar su ejercicio. Y es que aseguran que poder acceder a una educación de calidad cambia la vida de los estudiantes y, eso, no lo sustituyen por nada.
«Transforman su mirada del mundo y de sí mismos. He visto estudiantes, que empezaron tímidos y sin confianza, descubrirse como líderes capaces de crear proyectos de impacto social y presentarlos en escenarios nacionales e internacionales», comenta Leiva.
Los estudiantes de Aleyda Leiva, finalesta del Global Teacher Prize, Perú.
Cedida
«Sus vidas cambian al abrirse oportunidades para el crecimiento personal, mejores perspectivas profesionales y un mayor bienestar social y económico», defiende Mukankundiy. A lo que añade Kemirembe: «Desbloquea su potencial y les lleva al autodescubrimiento. Ganan autoestima, confianza y comienzan a reconocer sus puntos fuertes y sus áreas de talento».
Se trata, dice Cornejo, de «un punto de inflexión existencial», porque no es solo de un conjunto de conocimientos, sino de «un proceso de transformación integral».
«Cambian la visión de sí mismos, dejan de verse como receptores pasivos y se convierten en protagonistas de su propio aprendizaje y de su vida. […] Les da las herramientas para construirse una vida con propósito, dignidad y agencia. Es el regalo que, una vez recibido, nunca se puede quitar«, concluye la docente.

















