Japón se ve atrapado en su propia tela de araña
La salud fiscal de Japón inquieta tanto dentro como fuera de sus fronteras. El país del sol naciente lleva dos décadas aferrado a una política monetaria ultraexpansiva para elevar una inflación que se había mantenido en mínimos durante años, hasta que el encarecimiento de costes acelerado por la guerra de Ucrania paró en seco esa tendencia. El Banco de Japón (BoJ, por sus siglas en inglés) resiste como el último bastión de los grandes bancos centrales en mantener una estrategia ultralaxa con los tipos de interés, a pesar de la galopante inflación, que en diciembre alcanzó el 4%, su valor más alto desde 1981. Pese a las crecientes presiones de los inversores por recibir mayores incentivos, y de quienes piden medidas para contener el alza de precios, el BoJ se mantiene, de momento, reacio a cerrar la etapa de los tipos cercanos al 0%. Japón es la nación industrializada más endeudada del planeta y subir la rentabilidad de los bonos a diez años haría aún más pesada la carga del pago de la deuda pública, que dobla su producción económica anual.
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