«El acuerdo empequeñece a Europa y legitima la ley del más fuerte»
La que fuera ministra de Asuntos Exteriores y actual decana de la Escuela de Asuntos Internacionales de París, Arancha González Laya, es muy crítica con … el acuerdo arancelario alcanzado entre Estados Unidos y la Unión Europea. Y lo es empezando por la escenografía en la que se formalizó. Un campo de golf, un recinto privado del presidente estadounidense, y que está en Escocia, fuera de la Unión Europea, es para la diplomática todo un síntoma de lo que significa el pacto.
En una entrevista a EL CORREO insiste en que «empequeñece a Europa» y supone una actuación con la que «estamos legitimando la ley del más fuerte, que nos hace más pequeños». El arancel universal del 15%, que salva la aeronáutica y los productos químicos, pero que mantiene la condena del 50% sobre el acero, responde, según explica González Laya, a la confluencia de varias urgencias en Europa. «Una de las principales es la de Alemania, que ha pesado mucho en la decisión». «El país gobernado por Friedrich Merz ha preferido proteger su industria, especialmente la de la automoción. Y esas urgencias del sector -explica González Laya- se han notado en las negociaciones». Y es que entre las diferentes posturas que mantenían los Estados miembro, «Alemania ha preferido protegerse», sentencia la que fuera directora ejecutiva del Centro de Comercio Internacional de la ONU.
Otro de los vectores que han pesado en la posición de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, han sido sus necesidades políticas. Así lo señala González Laya al recordar el equilibrio de fuerzas del Parlamento Europeo. «La presidenta ha querido cerrar un acuerdo rápido que le permite jugar con los apoyos de los liberales y los verdes, pero también con los de la derecha más extrema». En este caso la jurista cree que la presidenta de Italia, Giorgia Meloni, una de las defensoras de un acuerdo con Trump, ha sido otro catalizador de la firma.
Tanto la propia Von der Leyen, como su comisario de Comercio, Maros Sefcovic, han insistido en que el pacto era el mejor posible en las circunstancias que había y que, además, aporta una estabilidad necesaria para que la economía pueda reactivarse afrontando inversiones que habían quedado en ‘stand by’. Pero la decana de la Escuela de Asuntos Internacionales de París no lo ve así y explica que había dos costes entre los que elegir: «el de dar una respuesta fuerte a Trump y forzar más la negociación o el que hemos aceptado de un mal acuerdo». Además, González Laya señala que «es muy difícil justificar el pacto sobre la estabilidad que proporciona». En este sentido recuerda que, con Trump, «eso es algo ilusorio» porque «él no tiene espina dorsal, para él todo es negociable si hay necesidad política de hacerlo».
Más allá de las consecuencias económicas, la exministra señala un coste político. Una fisura que esta semana se ha visto por primera vez entre los países. Así, para Francia el acuerdo dibujó «un día oscuro», mientras que el canciller alemán Merz o la presidenta italiana Meloni destacaron la estabilidad que proporcionaba. González Laya dice que «echo de menos en los análisis no darnos cuenta de la desafección ciudadana hacia el proyecto europeo que genera el acuerdo». «Hay que tener cuidado -insiste- porque es algo que puede ser una bombona de oxígeno para la extrema derecha que no comparte el pacto europeo y su desarrollo».
El ritmo lento de la UE
La nueva legislatura de Von der Leyen comenzó con una enmienda a la política industrial europea. Tras los informes de Enrico Letta y Mario Draghi hubo una reacción para proteger el tejido productivo y defender la competitividad frente a China y Estados Unidos. Pero apenas seis meses después, todo parece poco más que un buen deseo. González Laya sí reivindica cambios: «creo que la Comisión sí ha entendido que ha llegado la hora de la verdad de Europa, ha habido una flexibilización en medidas de sostenibilidad, una inyección financiera para Defensa, una suavización del pacto de estabilidad». «Pero el ritmo es muy lento -reconoce- y Estados Unidos nos aprieta con la OTAN en el ámbito militar y con los aranceles, en el comercial».
«El problema es que el ritmo de las reformas es más ágil en cada país. Alemania, por ejemplo, ha acelerado y eso sirve, sí. Pero no es suficiente, es necesario desarrollar más integración europea», sentencia la diplomática.
Las reformas estructurales, como las que representa la política industrial, requieren mucho tiempo en materializarse y percibirse en la ciudadanía. Por eso González Laya apunta a medidas que sirvan en el corto plazo y que, además, permitan responder a la desafección ciudadana. En esa línea fija como prioritaria «la activación de herramientas comunitarias de deuda que permitan financiar políticas de modo inmediato». Una apuesta que reconoce debe gestionar reticencias históricas de los países llamados frugales, como Países Bajos o Dinamarca.













