La condición navarra | El Imparcial
Era en la mañana del lunes 24 de junio del año 2019. Se reunía la comisión ejecutiva de Ciudadanos en la flamante sede que este partido había alquilado a dos pasos de la plaza de toros de las Ventas. No se conocía muy bien la causa, pero transcurrían los minutos y no aparecían en el lugar presidencial que habitualmente ocupaban, los Rivera, Villegas y Girauta; tampoco lo hacía Ines Arrimadas, la portavoz.
Algún tiempo después se conocía el motivo del retraso. El responsable de economía del partido, Toni Roldan, acababa de anunciar en rueda de prensa su abandono del partido, consecuente con el giro que había adoptado éste hacia posiciones más cercanas a la derecha que a las del centro liberal y progresista que había defendido desde sus orígenes en Cataluña, cuando un grupo de intelectuales desafectos con la deriva hacia una especie de nacionalismo light en el PSC. les hicieron concebir la necesidad de un partido que recuperara la españolidad de esa región, desde parámetros vagamente socialdemócratas.
Los eurodiputados Luis Garicano y Javier Nart estaban dispuestos a cargar contra esta estrategia, planteando de manera abierta en la ejecutiva -no ante los medios de comunicación- la conveniencia de modificar la posición negativa de Albert Rivera y su equipo a pactar con Pedro Sánchez la investidura de este último.
El desarrollo de esa reunión resulta esclarecedor en la interpretación de una de las páginas de la historia politica reciente de España y de alguno de sus protagonistas, pero no pretende ser el argumento de este comentario. Me interesa destacar ahora las condiciones que Garicano y Nart pusieron sobre la mesa como requisitos para la negociación con Pedro Sánchez, a los que nos adherimos Paco Igea y yo, y que contaría con la abstención de Marta Martín, Ornella de Miguel y Nacho Prendes. Excusado quedaría advertir que el resto de la ejecutiva votaría con Rivera. Ignoro los entresijos de las posiciones de unos y otros, pero puedo afirmar que la mía estaba basada en que la alternativa al pacto del PSOE con Ciudadanos sería el gobierno Frankenstein, cuyas derivaciones ya eran perfectamente presumibles.
Pedíamos tres cosas, en suma: que el gobierno que se formara con el apoyo de Ciudadanos se comprometiera a no establecer medidas de gracia a los condenados por el proceso soberanista planteado en Cataluña, que se impidiera el pacto de la organizacion territorial en Navarra del PSOE con los nacionalistas -en especial con Bildu- y que la política económica a desarrollar por el futuro ejecutivo se ajustara a los criterios establecidos por la Comisión Europea -con las correspondientes limitaciones de contención del gasto y de reducción de la deuda pública, entre otras.
Como se ve, se trataba de dos exigencias políticas -las primeras dos condiciones- que sólo requerían de la aceptación inmediata de los negociadores socialistas, y de una más compleja -la económica- que exigía fijar los rudimentos de los futuros presupuestos. Por eso se pretendía por los cuatro miembros discordantes de la ejecutiva aprobar esta aproximación con carácter previo a las vacaciones estivales, de modo que los equipos de ambas formaciones políticas se reunieran al objeto de cuantificar las cifras más destacables del nuevo escenario de las cuentas públicas.
En lo que a la condición navarra se refería, los opositores, en aquella ocasión, a Albert Rivera, observábamos con preocupación no sólo la ambición nacionalista de extender su influencia sobre el viejo reino, procediendo con la tan querida para los teóricos del marxismo -Gramsci, por ejemplo- batalla cultural basada en la extensión del euskera a zonas de la Comunidad Foral en las que nunca se ha utilizado este idioma como instrumento de comunicación, una punta de lanza, por lo tanto, desde la que fundar su pretensión de vincular a Navarra con el País Vasco. De manera muy singular pensábamos también que se debía evitar que los sucesores de los etarras protagonizaran el inicio de su blanqueamiento político-institucional precisamente en un ámbito que hasta entonces había estado presidido por la normalidad de la alternancia entre el socialismo navarro y la derecha de UPN y el PP. Muy poco después, esa coalición de partidos elegiría como alcalde de Pamplona al candidato de Bildu.
No sospechábamos desde luego que el inminente acceso al poder de Maria Chivite, aupada por la marca navarra del PNV y de Bildu, incluyera en su faltriquera las semillas de la corrupción y que la pista llegara hasta el todopoderoso secretario de organizacion del PSOE, el también navarro Cerdán.
Una vez más se presume como cierta esa entretejida malla de intereses políticos y personales, cimentada en esta ocasión en un acuerdo en apariencia contra natura de fuerzas políticas que no sólo se han enfrentado entre sí, sino que han llegado a justificar -es el caso de Sortu-Bildu- la exterminación física de los militantes del PSOE, ahora aliado con ellos.
Fabricado el entramado político, el andamiaje corruptivo es sencillo de construir. Se trata de una lógica que identifica al amigo político con el sujeto que allana el camino por el que muy poco después discurrirán las dádivas, los favores, las comisiones y las adjudicaciones.
Nada de lo que ocurre en esos pagos, ni siquiera los procedimientos utilizados, resulta novedoso. Cambian los sujetos, a veces son diferentes las empresas y los empresarios, pero la literatura grotesca, cutre, sucia de la corrupción no da para exquisiteces narrativas. Conocida una, conocidas todas.
De manera que cuando observo a Santos Cerdán, monitorizado por los periodistas a la salida de su ático de Chamberí, y sin perjuicio de que ahora y siempre serán los jueces quienes tengan la última palabra en relación con su posible culpabilidad, me alegro de haber formado parte del grupo de los disidentes que intentaron impedir que el PSOE navarro llegara al poder contando con esos aliados. La distopía de lo que hubiera ocurrido con otro gobierno no interesa a estos efectos, porque una vez más se nos impone la realidad.
Aunque la realidad sea una pesadilla, y por lo tanto no se volatiliza en el momento del despertar.












