El hilo que va de la opa al 5% de gasto en defensa, por Manel Pérez

El hilo que va de la opa al 5% de gasto en defensa, por Manel Pérez



Pasado mañana, cuando el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, anuncie su resolución sobre la opa del BBVA sobre el Sabadell, Carlos Torres, el presidente del banco vasco, podrá valorar si el hecho de anunciar su operación tres días antes de la crucial jornada electoral en la que tras una larga travesía del desierto de más de trece años los socialistas esperaban recuperar la presidencia de la Generalitat para Salvador Illa, ha tenido consecuencias.

Para el PSC y el PSOE era el premio a una política de normalización en las relaciones con Catalunya implementada por Pedro Sánchez desde el Gobierno central, primero con los indultos y luego con la amnistía, y gracias a la cual pudo formar gobierno tras las últimas elecciones de julio del 2023. Un objetivo tan preciado que bien podría valer una sentencia condenatoria para la operación.

El momento escogido para lanzar la opa, ignorando el contexto político, politizó sin remedio el osado asalto financiero que se ponía en marcha. La próxima resolución del Gobierno tendrá tanto de carácter económico como político, y en esta última vertiente permitirá calibrar con alto nivel de precisión cómo están los ánimos gubernamentales tras el profundo agujero moral y de gobernabilidad abierto por el affaire Santos Cerdán. La lógica induce a pensar que Sánchez intentará rematar la faena y dejará claro que sigue atento a lo que le piden las fuerzas vivas catalanas sobre la opa. El martes, la respuesta.

Un indicador previo, en este caso no doméstico sino de relaciones internacionales, ha sido la carta remitida por el presidente del Gobierno al secretario general de la OTAN, Mark Rutte, comunicándole que España descarta elevar su gasto en defensa hasta el 5% del PIB, como plantea esa organización militar. Bueno, en puridad, la propuesta llegó antes de asumir su cargo el presidente de EE.UU., Donald Trump, y los socios europeos se han limitado a asumirla, casi servilmente.


Pedro Sánchez y Donald Trump en una reunión en el 2019

LV

No parece una misiva de quien ha lanzado la toalla y piensa dejar el escenario por una salida de servicio. No es ninguna broma decirle no al emperador de forma tan directa y explícita.

Un indisoluble cordón umbilical mantiene siempre conectadas la política nacional y la internacional. Lo que se hace en una de ellas tiene su correlato coherente en la otra. La supervivencia política de Sánchez requiere en estos momentos un firme rechazo del programa militarista de EE.UU. y la OTAN. Es condición necesaria de supervivencia de la mayoría parlamentaria sobre la que se apoya el Gobierno de Sánchez. También de presión sobre sus socios de izquierda más reacios. Incluso los de derecha, Junts y PNV, pueden aceptar ese curso de acción, que no comparten especialmente, sin considerarlo una línea roja para mantener su apoyo y descartar cualquier posibilidad de sumarse a una posible moción de censura del PP.

La discusión sobre el gasto en defensa no se liquidará con la carta a la OTAN; viene una dura batalla

El problema es que no es nada cómodo tener enfrente a EE.UU. La propia rapidez con que la mayoría de los aliados europeos ha aceptado rascarse el bolsillo a la primera indica hasta qué punto consideran conveniente alinearse con Trump y evitarse líos. También, pensando que igual les ayuda a alegrar sus renqueantes economías, el keynesianismo militar.

En el caso español, la cosa es aún más complicada. Se trata de uno de los países más satelizados por EE.UU. después de la Segunda Guerra Mundial; lejos del nivel de Alemania, obviamente, pero no hay que olvidar que la supervivencia de la dictadura franquista se debió en gran medida a la alianza con el amigo americano. Por esa vía, mucho antes de la integración en la OTAN, España formó parte del despliegue logístico y militar global del ejército norteamericano: las bases.

EE.UU. diseñó la integración de la economía española en la mundial, a través del Plan de Estabilización de 1959, ciclostilado en los despachos en Wa­shington del Departamento de Estado. Gracias a ese programa, pensado para un mundo estructurado en torno a los intereses de EE.UU., la economía española vivió su frenético despegue durante los sesenta y setenta; también gracias a él se explican muchas de las actuales taras y limitaciones del modelo español.

Desde entonces, la presencia y la influencia de EE.UU. han estado muy presentes en la política española. La línea abierta por Francisco Franco, parcialmente seguida por Felipe González, dio otro salto espectacular con José María Aznar y su alineamiento con la guerra de Irak de George W. Bush.

Es difícil exagerar las palancas de influencia y poder de Estados Unidos en España

Es difícil exagerar las palancas de intervención de EE.UU. en España. Desde la formación de altos mandos del ejército y de los servicios de inteligencia hasta la presencia de multinacionales y el suministro de armas y sistemas de defensa. Oponerse a EE.UU. augura también aislamiento en Europa.

Y por ello cuesta creer que el expediente del 5% se pueda liquidar con una simple carta al secretario general de la OTAN. Es más razonable pensar que estamos en los albores de una pugna que arranca con una discusión sobre porcentajes de gasto militar y puede poner en jaque al Gobierno por acometidas exteriores si no se encuentran vías más o menos explícitas y públicas de pacto entre las dos posiciones.

Para Sánchez, en las actuales condiciones políticas españolas, es imposible asumir el postulado de la OTAN. Sería tanto como convocar elecciones o dimitir. En la medida en que el secretario general del PSOE considere que tiene sentido, y posibilidades razonables, de seguir al frente del Gobierno, debe descartar el programa armamentístico.

Y de paso esculpe más nítidamente su perfil de político que se crece en la contrariedad y el combate y que se opone a los intereses de los poderosos.





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